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Estructura social y económica de Babilonia
El acceso al trono, según la creencia mesopotámica, solo era posible gracias a una concesión divina, siendo los dioses quienes entregaban los símbolos regios (corona, cetro, arma y círculo) a la persona elegida.
El rey babilonio era ante todo el representante del dios en la tierra, y por ello se ocupaba del culto debido a la divinidad.
El rey dejaba las tareas de gobierno en manos de familiares y personas de confianza, lo que motivó la formación de una compleja burocracia.
El rey vivía en palacio, rodeado de un numeroso cuerpo de funcionarios que estaban bajo la dirección del Gran Visir (sukallu rabu), quien controlaba las principales esferas de la administración.
El rey
El principal personaje del estado fue el rey, llamado a veces Sharru rabu (Gran Rey) o Shar kishshati (Rey de la totalidad). Su poder era ilimitado.
Los babilonios contaron con servicios policiales para el mantenimiento del orden de las principales ciudades y con “estafetas de Correos” para la rápida comunicación de noticias.
Además de los cargos propios de la administración civil, tanto provinciales como locales, también se crearon cargos para la administración del ejército (generales, comandantes, capitanes) y el control de la vida religiosa.
Administración del reino
La Administración estaba muy bien organizada, donde existían departamentos de Cancillería y contabilidad.
El Imperio estaba dividido en provincias (pikhatu), dirigidas por gobernadores y por los prefectos.
Trabajo
Los babilonios eran un pueblo de agricultores, comerciantes, artesanos y sacerdotes. La riqueza de Babilonia descansó en su próspera agricultura. La fertilidad del suelo, gracias a la utilización de sus cursos de agua, distribuidos por una red hidráulica (presas, canales, acequias) era proverbial. Hay que destacar el cultivo de los cereales, sobre todo el de la cebada, que llegó a ser utilizada como elemento de trueque. También la palmera datilera, que dedicaban al consumo y a la exportación.
La propiedad de la mayoría de los campos estaba en manos del Estado, de los templos y de algunos grandes terratenientes.
Para la economía paleobabilónica fue muy importante el sistema de servicio laboral, ilkum (feudo o concesión), puesto que proporcionaba reservas de mano de obra y personal militar, además de ser un medio muy eficiente de cultivar la tierra.
La segunda actividad económica era la ganadería. Utilizaban el ganado para aprovechar su fuerza, para realizar diversas prácticas adivinatorias y como fuente de alimento y pieles. El animal más corriente era el asno, y onagro ( un tipo de asno salvaje que no superaba el metro de altura). El caballo fue introducido desde el nordeste y fue utilizado sobre todo en las guerras, como montura o para tirar de los carros militares, y en la caza.
El ganado ovino (cabras, ovejas,..) tenía un papel importante. De él se obtenían además de la lana y pieles, leche y carne, también era utilizado en las ceremonias religiosas y en la predicción de presagios. La oveja era el animal más sacrificado.
Las aves de corral (patos, gallinas, gansos, palomas) constituían un complemento más de la ganadería.
El trabajo artesanal, cuyo origen arranca de los sumerios, supuso la especialización del hombre en actividades concretas, alejadas de las simples tareas de subsistencia. De este trabajo hay que resaltar por su importancia a los metalistas y los orfebres, expertos en la fundición, forjado, aleación y repujado de los metales. Les seguían en importancia los alfareros y los ladrilleros, que desarrollaban una activa industria.
Debido a las constantes obras de conservación y construcción de templos y palacios, había gran cantidad de especialistas, tales como albañiles, canteros, carpinteros, pintores, ….
El comercio fue muy importante en la vida económica de Babilonia. Sobre las prácticas comerciales hay que señalar dos conceptos: en la compra-venta era el comprador quien fijaba el precio, y en caso de reclamación la ley protegía siempre al comprador.
Al comercio se podía dedicar cualquier persona, aunque era el palacio (Estado) quien controlaba gran parte de la actividad comercial, llegando a tener el monopolio de ciertos productos (metales, tinturas, cereales) o a fijar los precios a través de la Oficina de Comercio.
El comercio a gran escala se basaba en la importación de materias primas (madera, piedra, metales), animales (caballos, camellos), productos de consumo (especias, incienso, marfil, telas, perfumes, vino) y esclavos. Babilonia exportaba cebada, dátiles, manufacturas (tejidos), salazones y sal. Se comerciaba con el Elam, la India, Siria, Asia Menor, Arabia,…
Las relaciones económicas descansaron en estructuras comerciales y bancarias (depósitos, préstamos, fianzas, órdenes de pago,…)
Los precios se fijan en dos tipos: en moneda-cebada y en moneda-metal, señal de que en los centros económicos desarrollados el trueque ya no se utilizaba. La plata, dispuesta en barras, placas o anillas. Un complejo sistema de pesas y medidas, controlado por el Estado, facilitaba las operaciones comerciales.
El comercio fue una actividad de enorme importancia. En esta actividad podemos distinguir dos tipos principales: el comercio de las ciudades, y el comercio de acción o de caravanas. El comercio de Tilmun fue fundamental para el país, que tenía su centro en Ur. Por la misma época encontramos mercaderes asirios y babilonios ocupados en la exportación de géneros.
En las regulaciones del comercio encontramos la fijación de precios de las mercancías de primera necesidad, el salario de los obreros y el alquiler de barcos y carros. Encontramos también la moneda babilonia. Se exige una prueba escrita de la compra, las tabletas-contractos.
Sociedad
La sociedad se dividía en dos grupos: los que poseían los medios de producción, sobre todo propiedades agrarias y los que dependían de ellos. No existió una clase de guerreros o militares, y tampoco los sacerdotes tenían un estatus especial.
Los textos jurídicos hablan de hombres libres, esclavos y mezquinos. El hombre libre (awilum), se entendía como aquella persona libre de deudas y de algunas obligaciones, era el único que gozaba de plenos derechos, y para él estaban reservados los primeros puestos de la sociedad.
En el polo opuesto estaban los esclavos (wardu) y esclavas (amtu), a los que se consideraba un bien, susceptible der ser vendido. Hay que decir que la ley, al menos teóricamente, les aparaba en algunos casos e incluso les reconocía ciertos derechos (casarse con personas libres, ser manumitidos, llevar negocios, …).
Se nacía esclavo si se era hijo de esclavo y se llegaba a tal condición por diferentes causas (deudas impagadas, prisioneros de guerra). Los esclavos babilónicos podían pertenecer tanto a particulares, como a templos o al Estado.
Una clase intermedia era la de los mezquinos (mushkenu) o personas semilibres. Parece ser que se trataba de esclavos manumitidos o de personas procedentes de la clase social superior, que por alguna razón, habían sufrido disminución de sus capacidades jurídicas y económicas. Estaban ligados al Estado, teniendo que pagar determinados impuestos. La ley les reconocía más derechos que a los esclavos, pero menos que a los libres. Estaba formado por pastores, pescadores, arrendatarios y tropas de la época paleobabilónica.
En la fase final del Imperio, junto a estas dos clases, surgió una tercera, muy relacionada con los templos: la de los shirku (oblatos). Esta nueva clase social, constituyó una casta sacerdotal que funcionaba paralelamente a la sociedad civil.
La familia: La célula originaria de todas estas clases sociales era la familia (kimtum), de tipo patriarcal, perfectamente regulada por las leyes. Su razón de ser era puramente económica, pues la finalidad del matrimonio era proporcionar mano de obra a la casa del marido.
El matrimonio era monógamo, pero atemperado por el concubinato. Se realizaba mediante un contrato, por el cual el novio entregaba al suegro un regalo nupcial (terkhatum) en dinero o bienes muebles y el suegro, entregaba a la hija una dote (sherqtum) de la que ella poseía el usufructo personal. A la muerte de la esposa pasaba a los hijos, sino los tenía volvía a su padre. El marido podía constituir una donación (nudunnum) para mejorar los bienes de la mujer, aunque esta solo los poseía en usufructo.
Se realizaba un contrato, oral o escrito, en el que se determinaban los deberes y derechos recíprocos, elemento imprescindible para que el nuevo matrimonio adquiriera rango de ley.
Los nuevos esposos podían vivir en la casa del marido o en la casa de mujer, o bien formar su nuevo hogar.
El padre (abum) era el “señor de la casa” y llevaba la dirección de los asuntos familiares. A pesar de ello, los bienes materiales pertenecían por igual a los dos cónyuges. El padre tenía un vasto poder sobre los miembros de la familia. Podía desheredarlos, expulsarlos del hogar, y en caso de deudas, dejarlos como prenda a un acreedor.
El marido tenía derecho de corrección sobre la esposa. La ley reconocía además al esposo, el derecho a tomar otra esposa secundaria cuando la primera esposa era estéril. Esta última nunca tenía el mismo rango que la primera esposa, que podía venderla como esclava si intentaba equipararse a ella. También se podía adoptar un hijo para asegurar la descendencia.
La sociedad babilónica conoció el divorcio, que estaba regulado por las leyes. Por lo general era el hombre quien lo solicitaba. La petición solía ser por esterilidad o enfermedad de la esposa. Si la iniciativa partía de la esposa, ésta debía demostrar la razón que le asistía a solicitarlo, sino la ley la castigaba “atándola y arrojándola al río”. Si lo demostraba podía separarse del marido y recuperar su dote.
Herencia: Los descendientes legítimos heredaban con prioridad y en segundo lugar, los hermanos del muerto. Entre los hijos, los principales en este derecho eran los varones. Los hijos nacidos de una concubina o una esclava no legitimados, podían heredar fortuna mobiliaria y no elegían su parte. El padre no podía desheredar a ninguno de sus hijos legítimos, salvo por reincidencia en una falta grave, probada judicialmente.
Ritos funerarios
Los babilonios sentían un gran temor por la muerte. Con la esperanza de retardarla se entregaban, con gran piedad, a diferentes prácticas religiosas, en las que suplicaban a sus dioses la concesión de una larga vida.
Cuando llegaba la muerte, los parientes del difunto se aprestaban a darle una honrosa sepultura. Enterrar al difunto era un deber religioso. Los difuntos solían ser inhumados en el subsuelo de su propias casas, que se convertían así en su residencia de paz, o bien en grades necrópolis, situadas en las cercanías de las ciudades. Se introducía el cadáver, con su ajuar funerario (vasijas, utensilios de trabajo, adornos, su cilindro-sello personal) en una doble tinaja, o en un sarcófago de arcilla o de piedra, según la economía. Para que el difunto no cayese en el olvido, se debían celebrar banquetes funerarios (kipsu) en los que asistían todos los familiares en honor del difunto y de los antepasados.
La muerte de los reyes se consideraba como un mal augurio para el país, dado su papel de viarios de los dioses. Cuando los reyes babilonios fallecían, sus cuerpos eran expuestos en el palacio o junto a una de las puertas principales de la ciudad, decretándose además un período de luto oficial.
Las creencias religiosas
La religión, sabiamente articulada por los teólogos, desempeñó un importante papel en la vida de los babilonios. Esta religión, muy influida por los planteamientos de sumerios y acadios, se caracterizaba por la creencia de muchos dioses (politeísmo), la figuración humana de los mismos (antropomorfismo) y la adopción de diferentes creencias y dioses extranjeros (sincretismo).
Para atender a las necesidades de los templos, hubo un cuerpo sacerdotal de hasta 40 categorías diferentes. El gran sacerdote fue el enum o makhkhu, que controlaba el resto de sacerdotes ordinarios, los shangu. Estos se ocupaban de varias funciones: conjuros, purificaciones, cánticos, administración, …. Un grupo de sacerdotisas participaban en los orgiásticos cultos relacionados con la diosa del amor, Ishtar.
Se realizaban numerosos sacrificios y ofrendas. Diariamente, las estatuas que representaban a los dioses, sobre todo la de Marduk en Babilonia, debían ser lavadas y animadas (apertura de ojos y boca). Tras ello, se procedía a alimentarlas y quemar perfumes en su honor. Así la imagen del dios quedaba lista para recibir el debido culto, que podían ser sacrificios o ritos ceremoniales.
Todo esto tenía como objetivo implorar a los dioses protección y ayuda para la ciudad, el rey y el estamento sacerdotal.
El hombre corriente estaba alejado de la religión oficial, con excepción de las ceremonias del Año Nuevo y del culto a Ishtar, por lo que prefería refugiarse en su propio dios personal, en la magia o la brujería, para sentirse protegido, ya que creía más en la existencia de demonios buenos y malos.
Las ciudades
En las ciudades babilónicas había diferentes barrios en los que las casas, dispuestas formando callejas estrechas e irregulares se amontonaban en torno al templo o al palacio.
En el interior urbano, un espacio estaba reservado al templo (bit ili) y al palacio (bit sharruti), con sus respectivas construcciones anejas. Estos edificios, elevados siempre sobre una terraza, cuya altura superaba a la de las casas, constituían la parte más importante de la ciudad.
Las ciudades solían estar dotadas de murallas de protección (a veces dobles), en las que se abrían distintas puertas; junto a ellas se celebraban transacciones comerciales, juicios, festejos o simplemente se refugiaba al ganado por las noches.
Las diferentes ciudades del Imperio se comunicaban mediante las vías de agua de sus dos grandes ríos y los canales, así como por caminos de tierra.
Entre las ciudades más importantes del Imperio hay que citar, además de la ciudad de Babilonia, a Nippur (hoy Niffer), ciudad que debió su prestigio al templo del dios Enlil; Ur (hoy Tell Muqayyar), antigua capital del Imperio neosumerio; Uruk (hoy Warka), monumental ciudad religiosa; y Sippar (hoy Abu Habba), consagrada al dios Shamash.