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Imperio Nuevo (1550-1069 a. C.)

Con la expulsión de los hicsos de suelo egipcio hacia 1580 a. C. empieza una nueva etapa de la historia de Egipto, el Imperio Nuevo. Su capital está en Tebas, a diferencia del Imperio Medio, cuyos faraones residieron en las cercanías de Menfis. Es la época en que la civilización egipcia alcanza su máximo apogeo en el exterior. Los faraones no se conforman con reinar solo en el valle del Nilo; ahora gobiernan un imperio que se extiende desde la 4ª catarata del Nilo hasta el Éufrates.

            Ahora Egipto conoce un régimen fuertemente centralizado, pero el faraón no es ya una divinidad inaccesible: desde su más tierna infancia se le instruye en el oficio de las armas, es un rey-soldado en la misma medida que un rey-dios, y la administración del país se resiente de sus actividades militares.

 

El Imperio Nuevo estuvo ocupado por las Dinastías XVIII (1550-1295), el Período Ramésida con las Dinastías XIX (1295-1186) y XX (1186-1069).

Durante la Dinastía XVIII se puso la base de la dinámica imperialista, de tal modo que Egipto, en poco más de 50 años se convirtió en potencia hegemónica del Próximo Oriente antiguo. Se afianzó el esquema geopolítico diseñado por los faraones del Imperio Medio, consistente en crear un imperio “asiático” para mantener el imperio “nilótico”, del que dependían la mayor parte de los recursos del país.

 

Dinastía XVIII (1550-1295)

 

El reinado de Ahmosis (1550-1525) marca el comienzo de la Dinastía XVIII y del Imperio Nuevo. Accedió al trono de un Egipto reunificado gracias a que él y su predecesor Kamoses, habían expulsado a los regentes hicsos de la zona del Delta.

    Los reyes de esta dinastía fueron faraones guerreros dedicados a defender las fronteras de Egipto y a aumentar la riqueza del país extendiendo los límites de su imperio. 

 

Su hijo y sucesor Amenhotep I o Amenofis (1525-1504), continuó con éxito las acciones militares en Asia. Amenhotep I fue célebre, sobre todo, por haber cambiado radicalmente las costumbres funerarias regias, que habían permanecido inamovibles desde el Imperio Antiguo. Él fue el primer monarca en separar físicamente la sepultura del templo funerario. Tuvo un reinado pacífico y dedicó sus esfuerzos a la construcción de templos en torno a Tebas: el-Qab, Abydos y Karnak, el cual transformó en una magnífica construcción.

 

A la muerte de Amenhotep I, el rey no dejó heredero legítimo varón, de modo que la princesa Amosis, probablemente su hermana, transmitió sus derechos a la realeza a su esposo Tutmosis I (1504-1492), el cual adoptó el nombre de Tutmosis precisamente para remarcar que había sido Tot, el dios de la ley, quien le había hecho rey. Se trataba, pues, de un rey no hereditario, sí legitimado. Había dos maneras de llegar a ser rey. La primera, por nacimiento, siendo entonces Amón quien daba el derecho a reinar. La segunda, por legitimación, siendo entonces el rey adoptado por Amón en virtud de la ley, es decir, de Tot.

       Tutmosis I continuó activamente la política de expansión imperialista en Nubia, llegando más allá de la 3ª catarata, así como en Asia. Con él se consolida la monarquía militar, aquella que sustenta una buena parte de sus ingresos en la actividad bélica. Además, es el primer faraón que se hace enterrar en el Valle de los Reyes, que se mantendrá como necrópolis faraónica a lo largo de todo el Imperio, abandonando así el tradicional ritual funerario caracterizado por la construcción piramidal. El templo funerario se mantenía en el valle, donde vivió el cuerpo sacerdotal encargado de preservar el culto del divino monarca, pero se rompía la conexión entre el templo funerario y la tumba. Ahora la topografía funeraria quedaría configurada en torno a los vértices compuestos por los templos de Luxor y Karnak en la margen derecha y por los templos funerarios y las tumbas en la izquierda. 
 

A la muerte de Tutmosis I se reprodujo el problemas dinástico: no existiendo un heredero legítimo varón, su hija legítima Hatshepsut se casó con su medio hermano Tutmosis II (1492-1479), hijo de Tutmosis I y de la princesa real Mutnefert. El nuevo rey, al subir al trono, tuvo que sofocar sendas rebeliones en Nubia y Asia, llevándole aquí las operaciones desde el Sinaí hasta las fronteras de Mitanni.

        La prematura muerte de Tutmosis II agudizó la crisis dinástica. Le sucedió su único hijo varón, Tutmosis III (1479-1425) , habido de una concubina llamada Isis, todavía un niño cuando se produjo su acceso al trono. Debido a esta circunstancia, la reina Hatshepsut se hizo cargo de la regencia. De los 54 años reinado, tuvo que compartir con Hatshepsut 20 años.

 

En el año 7 de Tutmosis III, Hatshepsut se tituló definitivamente rey de Egipto, adoptando un protocolo faraónico como Horus femenino y empezando a contar sus años de reinado retroactivamente desde la muerte de Tutmosis II. Comenzaba así un reinado atípico y sin precedentes.

La toma de poder por parte de Hatshepsut (1490-1468) fue, tanto un acto de ambición personal como un mecanismo de defensa dinástica. Para Hatshepsut, ella era el único rey legítimo, por derecho de sangre, descendiente directa de Amón. La hábil reina no solo aprovechó la minoría de edad de Tutmosis III, sino que además encontró el apoyo del clero de Amón, interesado en acrecentar su poder e influencia. De este modo, el clero amoniano formuló para Hatshepsut el mito de la teogamia, el cual le proporcionaba la justificación teórica que necesitaba. De acuerdo con este mito todas las reinas de Egipto, en tanto que esposas de Amón, quedaban consagradas como depositarias auténticas de la monarquía, ya que eran el tabernáculo de la simiente divina. Puesto que la tradición quería que el faraón fuese un hombre, ella se hizo representar vestida de hombre, con cuerpo de hombre e incluso con barba postiza, y lo mismo hizo con su hija Neferure. Además, aceptó a Tutmosis III como corregente, si bien reduciéndole al papel de segundo rey.

            Durante su reinado se reducen las campañas militares, pero se abre la ruta de Punt, tal y como queda narrado en su templo funerario de Deir el-Bahari, construido por Senenmut. La  destacada posición que la expedición al Punt tiene en el templo parece reflejo de la importancia económica que jugó en el proceso acumulativo del estado para afrontar los gastos de la construcción de monumentos, como los obeliscos y su capilla en el templo de Karnak, y de varias restauraciones que lleva a cabo. 

             Destacar de esta reina la gran atención dedicada a recordar piadosamente a su padre Tutmosis I en todos sus monumentos e inscripciones, y en la erección de cuatro obeliscos en Karnak.          

 

Tras unos veinte años de reinado, Tutmosis III (1468-1431) accede al gobierno en solitario tras la muerte de Hatshepsut (1468), el cual arremeterá contra el recuerdo de ella destruyendo todas las esculturas de la reina y parte de sus obras, así como el completo abandono del templo funerario de la reina en la caldera de Deir el-Bahari. 

        El nuevo faraón se convierte en el campeón de la política expansionista y uno de los grandes constructores de las dinastía. Tutmosis III reemprendió la política asiática de sus predecesores, hasta lograr asentar de modo definitivo el control egipcio en el curso de 17 campañas. Es el auténtico forjador del imperio asiático de Egipto. El poder directo del faraón se extendió desde las costas del Mediterráneo hasta la 4ª catarata, en el alto Nilo. Su hegemonía incluía además el corredor sirio-palestino, los accesos meridionales de Asia Menor y llegaba hasta el Éufrates. Los tributos afluyen de todas partes y el templo de Amón en Karnak se convierte en el máximo beneficiario de la política expansionista. A la muerte de Tutmosis III Egipto había logrado una posición excepcional en las relaciones internacionales. 

 

Amenhotep II (1427-1400) sucedió a su padre Tutmosis III sin problemas. Tras algunos actos de guerra entre Egipto y Mitanni, Amenhotep II inicia una política de paz con Mitanni. Su hijo y sucesor  Tutmosis IV (1400-1390) materializó la alianza casándose con una hija del rey de Mitanni, Artatama I. La alianza entre Egipto y Mitanni estableció por primera vez la unión de las dos mayores potencias mundiales, que imponían un equilibrio internacional que garantizaban con sus fuerzas conjuntas. La consecuencia más importante de este hecho, fue que durante cerca de 75 años la alianza egipcio-mitánnico fue capaz de garantizar una paz y una estabilidad casi absolutas en el Próximo Oriente, hecho totalmente nuevo en la Historia.

        A partir de este momento se abre un período de amplias relaciones internacionales, que apoyaban su actividad  en la existencia de embajadas permanentes entre los principales estados. La lengua internacional utilizada era la acadia, escrita en tablillas cuneiformes.

 

En política interior hay que destacar con Tutmosis IV el inicio de una reacción real contra el excesivo monopolio teológico y la influencia política ejercidos por el clero de Amón en Tebas. Esta reacción se apoyó en la teología heliopolitana y en el retorno al antiguo espiritualismo representado por el culto solar. Esta tendencia se manifestó sobre todo en el alejamiento de los sumos sacerdotes de Amón de los cargos políticos importantes.

         Tutmosis IV también inaugura una nueva costumbre matrimonial, la de convertir en reina a su esposa, que no pertenecía a la familia real, al margen de los matrimonios diplomáticos de conveniencia política. Ello quedaría demostrado por el aprecio que los reyes manifiestan por sus consortes, junto a las cuales se hacen representar frecuentemente, y cosa inaudita, ambos del mismo tamaño.

Con Amenhotep III (1390-1352) hijo de Tutmosis IV, la civilización egipcia clásica alcanzó su cénit. La alianza egipcio-mitánnica continuaba asegurando el equilibrio internacional, por lo que le valió la fama de pacifista. Amenhotep III prefiere recurrir a la diplomacia; las alianzas con las familias reinantes de grandes estados vecinos sustituyen a las expediciones militares.

          Durante este reinado la divinidad solar sufrió un nuevo avatar, consistente en la concreción de una nueva forma de la misma denominada Atón, nombre con el cual se había designado hasta ahora al disco solar. Atón se sincretizó inmediatamente con Amón-Re, convertido ahora en representante canónico del dios solar en el panteón egipcio. 

 

El sucesor de Amenhotep III será su hijo Amenhotep IV o Ahkenatón (1352-1336), cuyo reinado se caracterizará como el ensayo de un nuevo sistema religioso y la fundación de una nueva capital. 

       Al principio de su reinado, Amenhotep IV se mantuvo fiel a las formas de la tradición, pero pronto hizo construir en Tebas un templo a la divinidad solar, Re-Haractes, el sol inmaterial del firmamento, al que llamaba Atón. Amenhotep IV se proclamó a si mismo gran vidente, es decir, gran sacerdote de esta divinidad, quitándole así al gran sacerdote de Amón su poder espiritual como sumo pontífice de todos los sacerdocios de Egipto.

En al año 4 de su reinado estalla la crisis: Amenhotep IV rompe relaciones con el clero de Amón, abandona Tebas fundando una nueva capital que llamó Ajetatón “horizonte de Atón” (actual Tell el-Amarna) en el Egipto Medio, y él mismo cambió de nombre, pasando a llamarse Ajenatón. Esta nueva fundación estaba destinada a sustituir tanto a Tebas como a Menfis como foco secular y religioso del país. De ahí que la fase consistente en el reinado de Akhenatón y su efímero sucesor, Smenkhare, sea denominada como la época de Amarna.

 


 

 

Durante su reinado se abandonó el culto a Amón y al resto de los dioses y se proclamó un dios único, Atón. La nueva ortodoxia determinó el abandono e incluso la demolición de los templos erigidos hasta entonces, entre ellos el gran templo de Amón, en Karnak. En su lugar se edifició un templo a Atón.

 

Las principales características teóricas de la doctrina atoniana: Atón era el dios único, creador de todos los hombres iguales. Era representado por el disco –Atón-, del que salen rayos que dan vida y protección. Se le adora en templos a cielo descubierto. Hay que resaltar que se trata de un monoteísmo exclusivista y revelado por primera vez en la Historia.  Ajenatón es el profeta de Atón, además es el hijo de éste hecho hombre. Todas las antiguas tradiciones cosmogónicas, incluso las heliopolitanas, son negadas. La vida de ultratumba es concebida, pero sin mitología ninguna. 

Amenhotep IV o Ahkenatón

Amenhotep IV o Ahkenatón

Dinastía XVIII. Con éste faraón comienza la época amarniana.

El último faraón que accedió al trono en la capital herética, fue Tutankhamón (1336-1327), el cual solo tenía nueve años cuando fue designado rey. Accedió al trono por hallarse casado con una hija de Ajenatón y Nefertiti, la princesa Anjesenpaatón, quien le transmitió los derechos al trono.

Poco después se cambió el nombre, adoptando el de Tutankhamón, al tiempo que se restableció el poder de Amón. Si tenemos en cuenta la edad del soberano, es difícil suponer su responsabilidad en los actos de gobierno. Así, los auténticos hombres fuertes del reinado parecen haber sido Ay, el antiguo alto funcionario de la corte amarniense, y el general Horemheb.

            Tutankhamón falleció repentinamente a los 18 años. Sin hijos en su matrimonio, con él se extinguió definitivamente la casa real que liberó Egipto del yugo asiático con la Dinastía XVII, y que le dio su mayor gloria con la XVIII, la dinastía de los Tutmésidas. Su sucesor fue el anciano Ay (1327-1323), cuyo corto reinado no puede ser considerado más que una especie de interregno que dio tiempo a Horemheb a preparar su propia candidatura al trono.

 

Horemheb (1323-1259) es considerado el último representante de la Dinastía XVIII, con la que emparentó en matrimonio. Horemheb tuvo que promulgar un edicto que lleva su nombre, el Edicto de Horemheb para tratar de atajar la creciente corrupción administrativa que venía de época de Ajenatón. Tuvo que poner orden en el país, al mismo tiempo que debía ganarse el favor del pueblo. Durante su largo reinado se esforzó por neutralizar el poder del gran sacerdote de Amón, a quien solo devolvió el sumo pontificado poco antes de su muerte. Sin descendencia, no pudo fundar una nueva dinastía, de modo que para asegurar la continuidad del Estado designó como sucesor a su compañero de armas, el general Pa-Rameses, quien sería el futuro Rameses I, fundador de la Dinastía XIX.

 

Época Ramésida (1295-1069 a. C.) Dinastías XIX y XX

 

Rameses I (1295-1294) inaugura la Dinastía XIX (1295-1186). Accede al trono siendo anciano por lo que asociará al trono a su hijo Seti I, cuya sucesión tuvo lugar sin incidentes, tras el corto reinado de su padre.

 

Seti I (1294-1279) restableció el poderío de Egipto en Asia con sus campañas militares. A partir de su reinado, la frontera occidental del Delta empieza a estar amenazada, por lo que se ve obligado a llevar una campaña contra los libios. Confirma el dominio egipcio sobre Nubia, por encima de la 3ª catarata, en donde prosigue la extracción de oro. Reconsquió Palestina y Siria, perdidas en los convulsos años postamarnienses.

        Seti I fue uno de los faraones constructores de Egipto, por encima de su sucesor, Rameses II. No obstante, su reinado fue demasiado corto para poder finalizar las grandes construcciones que había comenzado; muchas de ellas serían acabadas por Rameses II.

 

 

 

Con Rameses II (1279-1213) se instala la residencia real en el Delta oriental, en Pi-Ramés, que facilita las operaciones militares. El cambio de la capital es consecuencia de la evolución de la coyuntura exterior. Por el Oeste la frontera del Delta presentaba cada vez más peligros. En Sirira, bajo el mando del rey Muwatalli, los hititas reemprendieron su avance hacia el Sur. En Kadesh se enfrentan al ejército egipcio. Las operaciones militares, dirigidas por el propio Rameses II, son descritas en un conocido texto literario, el Poema de Qadesh. Durante gran parte de su reinado, combates esporádicos se suceden en Palestina del Norte entre egipcios e hititas, hasta que el año 21, un tratado pone fin a estas hostilidades.

         El reinado de Rameses II, que ocupó el trono durante setenta años, es el que ha dejado más monumentos. Aunque con frecuencia usurpó los monumentos de los faraones anteriores, gran parte de ellos son obra de Rameses II; una parte del templo de Abydos, el Rameseo de Tebas, la gran sala hipóstila del templo de Amón de Karnak y los dos templos hipogeos de Abu Simbel, bastarían para consagrarle como uno de los grandes faraones constructores. 

 

Fachada del Templo Abu-Simbel

Fachada del templo mayor de Abu Simbel. Dinastía XIX, reinado de Ramsés II.

Los cuatro colosos sentados en Abu Simbel alcanzan 22 m. de altura y fueron concebidos como estatuas vivientes del soberano, recibían cada una su propio nombre.

Tras la muerte de Rameses II le sucederá uno de sus hijos, Merenptah (1213-1203). Con su reinado se inicia el declive de la dinastía XIX.

Tras los cuatro reinados brillantes de sus cuatro primeros faraones, la dinastía XIX se hunde en un período de anarquía o de oscuridad. Los sepulcros del Valle de los Reyes demuestran que al menos tres faraones reinaron después de Meneptah; Amennmes, Seti II y Mineptah-Siptah, a los que hay que añadir una reina, Tausert, con la que, según Manetón, finaliza la Dinastía XIX.

 

Sethnackt (1186-1184), que inauguró la Dinastía XX (1186-1069), tan solo permaneció dos años en el poder; en seguida asocia a su hijo Rameses III (1184-1153), cuya figura domina toda la dinastía. Éste continuó el modelo de Ramsés II, hasta tal punto que incluso se adoptó su titulatura y mandó construir un magnífico templo funerario en Medinet Habu inspirado en la planta de Rameseo.

Durante los casi 32 años de reinado, el último gran monarca del Imperio Nuevo, asegura la paz exterior al rechazar a los invasores que venían tanto del Este, Oeste y Norte. Se trata de la última fase de la invasión de los Pueblos del Mar, al menos de forma activa. Las tribus extranjeras se irán infiltrando de forma pacífica y echando raíces, y más tarde acabarán adueñándose del poder. 

 

Los últimos ramésidasdesde Rameses IV hasta Rameses XI – tuvieron en general reinados muy breves. Pertenecientes, además, a dos líneas dinásticas distintas, aunque ambas herederas por igual de Ramsés III, con sus disputas contribuyeron más aún a acrecentar la inestabilidad del trono, y con ella el aumento de la anarquía y la decadencia.

 

 

 

 

Durante el período que se conoce como “época ramésida”, la cual comprende las Dinastías XIX y XX, en las que de 11 de los 18 faraones conocidos llevaron el nombre de “Rameses”. Aunque esta época se considera como una segunda fase de expansión imperialista, la política exterior ramésida se centró en la reconquista de algunos territorios perdidos, pero en ningún caso se superaron los límites territoriales fijados por sus predecesores tutmésidas.

La política defensiva obligó a renunciar a la ventajosa posición egipcia en la frontera norte frente a hititas, sirios y palestinos. Las incursiones periódicas en el Delta estaban mermando el poder militar egipcia, y que hizo necesario reforzar el ejército con mayor número de mercenarios (libios, nubios, minorasiáticos) que en unas décadas utilizarían su relevancia militar para aspirar a puestos de responsabilidad política e incluso el control del propio poder faraónico. 

 

Con la muerte de Rameses XI, c. 1069 a. C., terminió la Dinastía XX y con ella la era del "renacimiento"; pero los cimientos de una nueva estructura de poder ya existían y la transición hacia un nuevo régimen tuvo lugar sin problemas. Fue el llamado Tercer Período Intermedio.

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