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Grecia > Época Helenística 

El Mundo Helenístico (350-146 a. C.)

La última etapa en que suele dividirse la historia de la Antigua Grecia, la llamada Época Helenística, comienza hacia el año 350 a. C., coincidiendo con el auge de Macedonia. Más difícil resulta determinar una fecha para su final, que coincidiría con el momento en que el mundo griego fue incorporado al Imperio Romano.

 

La temprana desaparición de Alejandro en el 323 a. C. abrió el interrogante de la sucesión al trono de un imperio inmenso que abarcaba entonces desde Macedonia hasta la India. La falta de heredero (su hermanastro Arrideo era deficiente metal y su hijo, habido del matrimonio con Roxana, era muy pequeño y de legalidad complicada al ser su madre una princesa irania), suscitó una querella interminable entre los principales generales de Alejandro.

Así, a la muerte de Alejandro, el gran Imperio que había conquistado fue repartido –por el Acuerdo de Triparadiso, en el año 321 a. C. – entre sus más significativos generales (los Diádocos): Antípatro, Ptolomeo, Lisímaco, Antígono y Seleuco. Los continuos enfrentamientos entre ellos hicieron fluctuar las fronteras propuestas en un principio, que no se concretaron hasta el año 280 a. C,, cuando quedaron por fin constituidos tres grandes reinos: Macedonia (que incluía Grecia continental y las islas), donde reinaban los Antigónidas; Egipto, bajo la dinastía de los Ptolomeos o Lágidas, y Asia, con los Seléucidas. 

 

LOS REINOS HELENÍSTICOS

 

El Egipto ptolemaico

 

Egipto era el reino helenístico más homogéneo. Los nuevos dominadores greco-macedonios apenas introdujeron cambios en sus estructuras político-administrativas. Desde el punto de vista territorial el reino tenía unas fronteras naturales que permitían su fácil defensa. Desde el punto de vista étnico existía una gran homogeneidad (los greco-macedonios se habían impuesto sobre la población indígena egipcia). Desde el punto de vista cronológico fue el reino que tuvo una mayor duración, desde la instalación de Ptolomeo poco después de la muerte de Alejandro (323 a. C.) hasta la desaparición de la última representante de la dinastía, Cleopatra VII (31 a.C.), derrotada por el Octavio Augusto. Hubo una continuidad en la línea sucesoria, ya que no hubo usurpación ninguna y siempre ocuparon el trono los miembros de la casa real de los Lágidas. 

 

Todo el poder se ejercía desde la corte instalada en Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro, sustituyendo a la vieja Menfis, residencia tradicional de los faraones. Fuera de Alejandría apenas existían ciudades, y todo el país estaba compuesto por un conjunto de comunidades aldeanas en las que habitaban los campesinos (laoi) que cultivaban los dominios reales en régimen de arrendamiento. Sobre esta población pesaban importantes cargas de tipo fiscal que gravaban el trabajo y otras actividades de la vida cotidiana de los egipcios. El objetivo principal era recaudar los mayores ingresos posibles para poder sufragar los gastos de una corte opulenta y el mantenimiento de un ejército compuesto por mercenarios.

     Además, los Ptolomeos tenían una doble imagen. De cara al exterior, aparecían como los verdaderos defensores del helenismo, y gozaban en el Egeo una posición hegemónica frente a sus rivales, en especial los Antigónidas, con los que pugnaban por el predominio sobre los estados griegos.

De cara al interior, sin embargo, se presentaban ante la población indígena como los herederos de los faraones, cuya titulatura y símbolos ostentaban de forma manifiesta ante sus súbditos. De cualquier forma existía una barrera infranqueable entre, por un lado, el rey y corte, compuesta por griegos y macedonios, y por otro, la población, que sufría las consecuencias de dicho dominio. De hecho, ninguno de los sucesivos monarcas de la dinastía aprendió a hablar la lengua egipcia hasta la última reina, Cleopatra VII.

 

El Egipto ptolemaico vivió un período de expansión y apogeo hasta mediados del s. III a. C., cuando comenzaron a perderse las posesiones exteriores en el Egeo y el proceso de explotación del país se intensificó con el fin de acrecentar los ingresos de la corte. Esto se tradujo en frecuentes rebeliones en el campo e intentos de secesión en el sur. A partir de Plotomeo VI se iniciaron disputas en el seno de la corte, debidas al protagonismo creciente de las reinas, las célebres Cleopatras, y aumentó la inestabilidad en el país que se acentuó con la entrada de Roma en escena. Los últimos años de la monarquía presentan tres protagonistas destacados: Julio César, Pompeyo y Marco Antonio. Este último compartió el bando al lado de la última reina egipcia en la batalla final del Accio, que sellaba el destino definitivo del reino de los Ptolomeos y marcaba el fin del mundo helenístico.

El reino seléucida

 

Los Seleúcidas gobernaban sobre unos dominios territoriales muy extensos que abarcaban una enorme variedad de entidades sociopolíticas, culturales y lingüísticas. Parece que su interés no sobrepasó las regiones más occidentales del imperio, Asia Menor y Siria.

A diferencia de lo que sucedió en Egipto, entre los Selúcidas fueron frecuentes los actos de usurpación y las luchas entre ramas diferentes de la dinastía. Estas acciones dieron lugar a importantes guerras, como la que tuvo que librar Antíoco III contra su pariente Aqueo, que había conseguido hacerse con el dominio de Asia Menor. Las dispuestas internas, provocaron además, la progresiva decadencia de la monarquía. Sus dominios también fueron reduciéndose ante el avance imparable de los partos en Oriente.

 

Aunque su capital, Antioquía, se hallaba en el flanco occidental y mediterráneo, lo que les implicaba de lleno en la política del Egeo, los monarcas de la dinastía tuvieron siempre presente su vocación oriental.

La derrota frente a Roma en Magnesia en el 188 a. C. y la capitulación final en Apamea marcan una auténtica divisoria en la historia del reino. Quedaron fuera de su órbita de forma definitiva las regiones occidentales, y en particular Asia Menor, ámbito de influencia ahora del nuevo reino de Pérgamo.

 

 

Macedonia y el mundo griego

 

La monarquía macedonia era diferente de las demás monarquías helenísticas. Los reyes macedonios, además de poseer los poderes y atributos de un monarca helenístico, como los ptolomeos o los seleúcidas, eran también soberanos de una nación. Desde los tiempos de Filipo II, los macedonios habían adquirido una cierta conciencia nacional que los vinculaba estrechamente a la persona de sus reyes. La posesión del trono macedonio había constituido el objetivo principal de algunos de los más destacados sucesores de Alejandro como Lisímaco, Pirro o Demetrio Poliorcetes.

 

El asentamiento de la dinastía Antigónida en el trono macedonio con Antígono Gónatas significó un nuevo impulso en las aspiraciones hegemónicas del reino sobre el conjunto de Grecia. Sus sucesores, en especial Antígono Dosón y Filipo V, construyeron un verdadero imperio sobre el Egeo que chocó enseguida con el empuje romano en la zona. Las guerras libradas contra Roma sucesivamente, primero por Flipo V y después por su hijo Perseo, sellaron el destino final de esta monarquía.

 

La helenización del Nuevo Mundo

 

A pesar de la fragmentación política que se produjo tras la muerte de Alejandro, desde el punto de vista cultural se impuso una lengua común, una variante griega de base ática llamada koiné, que perduraría durante siglos.

El helenismo supuso también la unificación económica; se produjo una apertura de amplios y nuevos mercados que, aun no siendo desconocidos para los griegos, alcanzarían entonces una gran envergadura. Por otro lado, la acuñación de monedas, muy variadas, se atuvo al diseño y estándar ateniense.

Ahora se produce un cambio en los valores humanísticos anteriores y surge una nueva mentalidad, que gustará de vivir lujosamente y en cómodas residencias. El arte, reservado hasta entonces al mundo sacro y a los organismos públicos, se hace ahora civil y urbano.

 

Los cambios experimentados en la situación del individuo a lo largo de todo el período helenístico fueron considerables. La ampliación de horizontes geográficos y en consecuencia el incremento de las posibilidades de enriquecimiento o aventura personal en los nuevos territorios abiertos, constituían una importante novedad. Ahora, cada individuo se veía reducido a sí mismo, desprovisto del sentimiento de comunidad e integración cívica y religiosa que proporcionaban las viejas polis. De ahí el extraordinario individualismo en casi todos los terrenos, desde la literatura y el arte al de la religión, con una clara tendencia a las denominadas religiones de salvación.

Así, estas necesidades espirituales de carácter más individual empezaron a encontrar respuesta en cultos orientales. El aparente espíritu de solidaridad y seguridad que infundían entre sus adeptos presentaban un enorme atractivo. Cultos como los de Isis, la denominada Afrodita siria o la Gran Madre frigia comenzaron a ganar adeptos entre los nuevos habitantes de los reinos helenísticos.

 

Las ciudades y sus centros intelectuales anejos, favorecerán asimismo el desarrollo de la ciencia. Así en Astronomía, Heráclides sostuvo que la Tierra giraba sobre su eje, y Aristarco, que la Tierra y los planetas giraban en torno al sol. En Geografía, Eratóstenes de Cirene llegó a la conclusión de que todos los mares eran uno solo y que las tierras eran una isla. En Matemáticas y Física, Euclides ha sido autoridad indiscutibles y Arquímedes, aparte de su conocido principio, fabricó numerosos aparatos mecánicos, como el tornillo para extraer las aguas de niveles bajos a altos (utilizado durante siglos en las minas).

 

 

 

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