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Grecia > La Crisis de la Polis

La crisis de la polis. El s. IV a. C. 

El siglo IV a. C. es presentado como un apéndice de la gran época del s. V a. C. anterior y por tanto como una nueva época que se abrirá con las conquistas de Alejandro Magno en el último tercio del siglo. Sus dos grandes acontecimientos son la crisis de la polis y el surgimiento y consolidación de la hegemonía macedonia, primero con Filipo II y después con su hijo Alejandro. Este período abarca desde el 404 al 323 a. C.

 

El triunfo de Esparta en la Guerra del Peloponeso tuvo importantes consecuencias negativas para el conjunto del mundo griego. En primer lugar, las ciudades griegas de la costa de Asia Menor pasaron de nuevo bajo el dominio persa gracias a los acuerdos establecidos por Esparta con el rey persa. El hundimiento del imperio ateniense, que aseguraba el mantenimiento del orden en los mares, trajo consigo la reaparición de la piratería, que comprometió las actividades comerciales.

En la propia Atenas, los espartanos impusieron un régimen oligárquico dirigido por treinta miembros, que a causa de los desmanes cometidos, fueron conocidos como los “treinta tiranos”. Sin embargo, al año siguiente (403), la democracia fue restablecida por los exiliados que, bajo el mando de Trasibulo, derrocaron al gobierno de los treinta. 

 

Además, Esparta inició una serie de movimientos de expansión, llegando incluso a atacar a sus nuevos aliados, los persas, en Asia Menor. Esta circunstancia impulsó al rey persa, Artajerjes, a apoyar a sus enemigos en Grecia, quienes, mediante la formación de una coalición antiespartana formada por los principales enemigos de Esparta: Atenas, Tebas, Corinto y Argos, hicieron la guerra a Esparta (Guerra de Corinto, 395-394 a. C.), llamada así por haber sido en esta zona donde se concentraron los principales enfrentamientos. La creciente superioridad marítima de la flota ateniense bajo el mando de Conón, que contaba con el soporte financiero y logístico persa, restableció el equilibrio.

      Sin embargo, el rey persa, que había vuelto a ponerse del lado espartano, firmó un acuerdo de paz (la Paz del Rey, 386 a. C.), por la que el monarca se convertía en el verdadero árbitro de los asuntos griegos y de todo el Egeo oriental. Esparta mantenía intactas sus aspiraciones hegemónicas, que ahora podía imponer con la ayuda de los persas. Un nuevo imperio, ahora bajo la dirección espartana, se constituyó en el Egeo.

Fin de la hegemonía espartana. Ascensión de Tebas

 

Pero, la política basculante del rey persa, que buscaba debilitar al mundo griego con su continuo cambio de alianzas, el ascenso del ideal panhelénico por toda Grecia, promovido por el orador Isócrates, y el resurgimiento de Atenas y Tebas eran circunstancias que iban a dar al traste con la hegemonía espartana. La crisis interna de la sociedad espartana, desgarrada por conflictos entre los homoioi a causa de su creciente desigualdad, y la disminución de la población, con la consiguiente merma de su población, hicieron el resto.

 

En este momento Tebas organizó bajo su dirección la Liga beocia. Gracias a la nueva táctica militar creada por Epaminondas, Tebas había conseguido un potencial militar considerable. Así, en el 371 .a C. un ejército espartano fue derrotado en Leuctra por los tebanos cuando acudí a restablecer el “orden” en Beocia. Toda la confederación peloponesia se vino abajo y Tebas consiguió agrupar a su alrededor a toda la Grecia central.

A partir de entonces, atenienses y espartanos pasaron al mismo campo, reforzado por el rey persa.

La lucha en Grecia fue total, hasta que los tebanos fueron derrotados en Mantinea (362), muriendo el propio Epaminondas en el combate. La hegemonía tebana, que había durado nueve años y había llevado a cabo importantes acciones en el Peloponeso, liberando Mesenia y Arcadia, y en Tesalia, llegó a su fin.

    Basada únicamente sobre la continua intervención militar, sin ningún fundamento político, económico o cultural, resultó desde el principio frágil, pues dependían del talento militar de sus dos grandes dirigentes, Pelópidas y Epaminondas, cuyas respectivas muertes en combate sellaron el final de sus expectativas.

 

Concluía de esta forma un período caracterizado por una sucesión casi infernal de hegemonías sobre el mundo griego y de continuos y violentos enfrentamientos. Grecia estaba casi exhausta y sin ninguna potencia lo suficientemente fuerte dentro del ámbito helénico para hacer frente a cualquier peligro posterior. Éste, que ahora vendría del norte, no iba a encontrar apenas obstáculos en su camino: el ascenso de Macedonia estaba preparado. 

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